26 de abril de 2013

Dos verdades sobre la puntualidad

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llegando tarde

No es que llegar tarde esté de moda, sino que resulta indispensable.

Y por indispensable me refiero a inevitable, irreconciliable, no negociable, como los impuestos. La costumbre de la puntualidad ha caído bajo las garras de la vida a ritmo de trash metal que llevamos, donde evitar quedar para una cita o un compromiso social resulta grosero. Así que, a menos que tengamos el don de la ubicuidad, llegaremos tarde a todas partes… si llegamos.

Ser puntual es anacrónico, de mal gusto. Antes de salir de casa hay que pensar que el auto arrancará a la primera, todos los semáforos estarán en verde, las calles se encontrarán desiertas porque algún agujero negro se ha tragado a todos los demás autos (junto con sus ocupantes), y que no lloverá, ni habrá accidentes. Ya en el trabajo, el elevador no se demorará un segundo partido por la mitad y en nuestra mesa de trabajo alguien ha arrancado ya la computadora, distraído al jefe y, de paso, dejó una taza de café bien cargado y caliente junto al teclado.

Y, si nos proponemos una meta, por supuesto que no hay necesidad de planearla con anticipación: Esa hora para hacer ejercicio aparecerá de la nada como por obra de un ensalmo. No hay más que decidirlo y estará hecho: El tiempo se partirá en dos como en un videojuego donde podemos poner pausa. Y si tenemos un rato libre para leer o realizar los pendientes, habremos de rebelarnos y checar nuestro perfil de Facebook o los tweets de los amigos, que el espacio-tiempo es flexible como si estuviésemos viajando a la velocidad de la luz y los segundo se alargaran hasta hacerse casi infinitos.

En otras palabras: Repentinamente nos hemos dado cuenta que somos la reencarnación de Flash o, más localmente, de Speedy González.

¿Las demás personas? ¡Bah! Todo el mundo puede esperar, pero no nosotros. En eso sí que somos tan flexibles como acróbatas chinos: Yo me retraso, tú llegas a tiempo (¿somos, acaso, la personificación de la teoría de la relatividad?)… porque mi tiempo es muuuy valioso, y el tuyo es apenas más importante que el de un insecto: ¡al cabo que viven tan poquito!

Y, por la noche, a dormirse tarde, que del planeta de donde yo vengo dos horas de sueño son más que suficientes y al día siguiente estaré tan fresco como una lechuga.

¡Ay tiempo, no me mereces!

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Dos verdades sobre la puntualidad



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